Empecé con lápices de colores, como todos los niños, hasta que me di cuenta de que si no presionaba correctamente se embotaba el conjunto. Seguí con acuarelas, que para hacerlas bien no podría pasar de veinte minutos en cada una. Mi tendencia hiperrealista me hizo desistir. Continué con óleo, la trementina me producía terribles dolores de cabeza, pero aguanté algún tiempo. Por fin me fui al bendito acrílico, que dicen que sólo sirve para pintar puertas, pero que yo creo que es la única pintura que seca cuando yo quiero, no cuando a ella le da la gana.
Otra de mis manías ha sido siempre no pintar nada que estuviera construido por el hombre y con otro fin (iglesias, pueblos...). Por ello siempre me he dedicado a pintar la naturaleza puesto creo que de ella nacen las mejores luces y colores.